No es de ahora. La marca Monex ha sido asociada a infinidad de fraudes. Brilla en una cantidad impresionante de expedientes que hablan de lavado de dinero de altos vuelos, pero además de una capacidad, también sorprendente, para triangular operaciones. Por lo menos eso es lo que dicen los registros de las autoridades no sólo de México, sino también del extranjero. Se trata de la misma firma que utilizó el PRI durante las elecciones presidenciales de 2012.
La historia a continuación narra cómo se fundió este imperio…
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Ciudad de México, 7 de feb (SinEmbargo).- El aire faltó al hombre ya entrado en años. La oscilación de su rostro de la estupefacción a la ira mientras sostenía el teléfono, obligó a que todo quedara en silencio en las oficinas de Casa de Cambio Alameda.
“Monex, emisor del cheque, solicitó la detención del pago –stop payment– “, escuchó Luis Leos Cárdenas, representante de Alameda, decir al otro lado de la línea a un ejecutivo de Southern California Bank en San Diego.
Colgó y recordó que había otro cheque más, girado por la misma cantidad de 300 mil dólares y también comprado a la casa de cambio de su mayor confianza, Monex. Leos pidió que le comunicaran a American Express Bank, en Nueva York. Igualmente, el cheque era impagable. La razón: la cancelación de la cuenta apenas se giró el documento.
Ese día, 21 de febrero de 1991, Leos Cárdenas telefoneó a los hermanos Silvio y Mauricio Berger Seifman, propietarios de la firma cambiaria defraudada.
Resultaba imposible entenderlo.
Los Berger compartían una relación de medio siglo con los Ronay, dueños de Monex Mexicana.
Unos y otros prosperaron como joyeros en la calle Madero del Centro Histórico. Y fue Carlos Ronay, jefe de la familia, quien se acercó en 1985 a Silvio y Mauricio, anteriores incursores en el negocio cambista, para crear una alianza y no competirse por la cercanía de sus establecimientos.
Y, desconfianza aparte, Monex tenía todo en regla.
Se constituyó el 22 de octubre de 1980. En los documentos que la empresa presentaba para acreditar la legal existencia de la sociedad aparecían como socios los hermanos Jorge Alfredo, Sergio y Frank Ronay Chayet, hijos de Carlos Ronay; Susana Yenton Starr, y una mujer absolutamente desconocida en el ambiente financiero, Bertha Alcaraz viuda de Martínez. En ese tiempo, Monex tenía sus oficinas en Avenida Horacio 124, piso 11, Colonia Polanco.
Inflación considerada, era una empresa que poseía solvencia y lograba crecimiento. Inició con un capital de 100 mil pesos que creció hasta los 4 mil 500 millones de pesos en 1991.
Las familias mantuvieron la compraventa de divisas, particularmente de dólares en sus diferentes instrumentos. En esos años, la forma frecuente de operar la relación cambiaria consistía en la petición telefónica de la compradora a la vendedora. De existir condiciones se fijaba el tipo de cambio. El comprador entregaba un cheque en pesos a cargo de un banco mexicano y recibía un documento en dólares contra un banco estadounidense. Eran los inicios de la banca electrónica y transcurrían varios días hasta que los dólares quedaban acreditados a favor de la casa de cambio que lo envió.
Entre las casas de cambio con sólidas relaciones se estilaban transacciones con cheques normales.
Por eso Luis Leos debió desconfiar desde el principio, cuando llegó a Monex con un cheque normal en mano y Sergio Ronay, como si tratara con un extraño, engrosó la voz:
–Señor Leos, le presento a mi padre, Carlos Ronay.
El enviado de Alameda supuso una broma y extendió el documento para continuar la permuta.
–No. Necesitamos que nos dé un cheque de caja.
El juego perdía gracia y Leos sintió esa vergüenza que pesa sobre quien es sujeto de desconfianza. Los dólares eran urgentes para su casa de cambio e hizo el vaivén de su sucursal bancaria a Monex. Entregó el documento para su cobro inmediato, casi dinero en efectivo.
Por eso, cuando el 27 de febrero le hablaron del Southern California Bank para decirle que su vendedor de dólares de confianza había ordenado detener el pago y recordó todo lo anterior, Leos tuvo más inclinación a la ira que a la estupefacción.
***
Al mediodía del mismo 27 de febrero, Silvio y Mauricio se precipitaron a las oficinas de Monex. La recepción estaba ocupada por clientes furiosos. Alrededor de las tres de la tarde, los Berger y Leos entraron a la oficina de la dirección general. Encararon a Carlos Ronay y a su hijo Sergio.
–Sentimos mucho lo ocurrido, especialmente por tratarse de amigos, pero nosotros fuimos defraudados por los cafetaleros Zardain. Perdimos 2 millones de dólares y no podemos devolver el dinero– explico alguno de los Ronay.
Los Berger quedaron atónitos.
–Vamos a presentar una denuncia por fraude contra ustedes –amenazaron.
–Hagan lo que quieran. Nos vamos a la quiebra. Si siguen molestando cobrarán, cuando mucho, de ocho a 10 centavos por cada dólar –dijo Sergio, según declaraciones de Mauricio y Silvio.
Era inútil continuar la discusión. Los hermanos Berger abandonaron la oficina y caminaron hacia el elevador. Por una puerta accesoria, vieron a Sergio abandonar su oficina. Llevaba en una mano su Tallit, un chal que en la tradición judaica es dado por un padre a su hijo y que se utiliza para la oración matutina. Mauricio Berger tuvo la certeza de la inminente desaparición de ese hombre.
Dos funcionarios de Monex responsables de la elaboración de los cheques, Ricardo Raya y Annete Jenton, acompañaron con la cara enrojecida a los Berger hasta el elevador.
–Lo sentimos, pero recibimos órdenes de Carlos y Sergio Ronay de exigir los cheques certificados en pesos y de firmar los cheques del Banco de California y de American Express cuando ordenaban luego no pagarlos –diría alguno de ellos, según las declaraciones coincidentes de Silvio y Mauricio.
–Vamos a tener que huir– adelantaría el otro.
Debió ser cierto, pues sólo varios años después Ricardo Raya aparecería en las actuaciones. Jenton nunca no lo haría.
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***
Los Ronay dejaron otro cabo suelto. Descuidaron la situación de Bertha Alcaraz viuda de Martínez, su socia.
En realidad, la viuda de Martínez nunca supo que su nombre aparecía como integrante de una empresa en la que, en ocasiones, ni el salario mínimo le pagaban, se quejaría ella misma.
La mujer comenzó a trabajar con Carlos Ronay en 1952 en la joyería de Madero 14. Los negocios crecieron y los Ronay abrieron un taller en los altos de la tienda, pero con entrada por Filomeno Mata 18. La orfebrería se llamaba Barrocos. Casi tres décadas después, Bertha fue enviada a trabajar a Monex, hasta el día en que el único tema eran los fraudes cometidos contra cualquier persona a quien se le ocurriera cruzar la puerta.
Por esos mismos días, fines de febrero, y al regreso de su hora de la comida, Bertha fue recibida en la casa de cambio con la noticia de que debía abstenerse de ir al local y pasar una temporada en la Villas Centenario, propiedad de la familia Ronay en Acapulco, en la Costera Miguel Alemán.
–¿Por qué?– quiso averiguar ella con Frank Ronay, quien, hasta donde se desprende del documento, era el menos involucrado con la casa cambiaria.
–Ni yo sé por qué andan huyendo. Si quieres regresar a México, tu casa será tu jaula de oro. De ahí no salgas.
Tras mes y medio en Acapulco, la viuda perdió contacto con los Ronay. Volvió a saber de ellos cuando el ministerio público y el juez le exigieron detallar por qué su empresa era una fábrica de trampas. “Nunca fui parte de la sociedad. Hasta ahora me entero que mi nombre está ahí. A mí me pagaban el mínimo y a veces ni eso”.
Obsequió otro detalle del estilo empresarial del fundador de Monex:
“Aparte de la actividad de Carlos Ronay como cambista estoy enterada de que tenía otras actividades ilícitas. Él pedía mercancía a vistas a Silvio Berger, como esmeraldas, brillantes, zafiros, rubíes y demás piedras preciosas legítimas, las cuales intercambiaba por piedras de menor calidad que él con anticipación tenía en su poder; Carlos Ronay se quedaba con las piedras buenas y regresaba las malas diciendo que no le interesaba el lote”.
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Los directivos de Monex estaban desbocados. Sorprendían a negocios chicos y grandes, a viejos y nuevos clientes, a similares del ramo o de actividades lejanas.
Valué, otra casa de cambio, sufrió un revés por 2 millones de dólares. La Joyería Antara, importadora de gemas de Mumbai, India, se topó con una treta que le hizo perder 7 mil 450 dólares. Un conocido de décadas compró un cheque de 477 dólares para cubrir su seguro de vida y, nuevamente, se trató de una argucia. Una empresa de electrónica se llevó un chasco de 10 mil dólares.
Sergio perdía el control como una presa rota derrama el agua. Uno de sus trabajadores recibió la orden de cambiar un cheque de casi 2 mil 500 millones de viejos pesos en Banca Mifel. En medio de la tardanza por resolver la precedencia del documento, el empleado buscó por teléfono a Ronay.
–Es raro, nunca me hacen esperar tanto– dijo.
–Rompe el cheque en cuanto puedas– ordenó el empresario.
La instrucción es sabida, porque el trabajador relató la anécdota ante el juez. No sólo habló. También entregó los cuatros pedazos en que rompió el papel.
Agentes del ministerio público y jueces del Distrito Federal comenzaron a maquilar consignaciones y órdenes de aprehensión. Integraron las causas penales 142/91, 144/91, 131/91, 132/91, 93/91, 107/91 y 108/91 por una decena de fraudes en contra de Sergio Ronay.
SinEmbargo posee copia de todos esos documentos.
De todo el asunto declaró Carlos Ronay Shoogen:
“Nunca tuve que ver en lo absoluto con Monex. Es un complot de las personas afectadas para involucrarme de la manera más vil por un error de un hijo al que no le pueden cobrar y que tratan de cobrarle a la persona que no tuvo nada que ver en lo absoluto, basándose en un sin fin de ardides y diciendo: no podemos cobrarle al hijo vamos a cobrarle al padre”.
Y aún estaba por descubrirse la tramoya de los Ronay, el aspecto de la engañifa que sería fundamental en la historia de Monex y, en consecuencia y a decir de la oposición contemporánea del PRI, del presente político.
***
El 25 y 26 de febrero de 1991, Monex libró dos cheques a favor de Divisas Lomas por las cantidades de 750 mil y 500 mil dólares y con cargo a la ya inexistente cuenta de American Express en Nueva York.
Los Ronay habían ido muy lejos. No sólo por todo lo anterior sino, y más importante, Divisas Lomas era propiedad de la familia Beteta, un apellido de la primera división de la política mexicana. El general Ignacio M. Beteta fue un militar revolucionario y jefe del estado mayor del Presidente Lázaro Cárdenas del Río. Un sobrino suyo, Ramón Beteta Quintana, fue secretario de Hacienda en tiempos de Miguel Alemán Valdés.
En los años de los fraudes de Monex, Mario Ramón Beteta Monsalve era el hombre más encumbrado con ese apellido. Había sido director general de Crédito de la misma Secretaría de Hacienda, subsecretario bajo el presidente Luis Echeverría Álvarez y los secretarios Hugo Margáin y José López Portillo, a quien relevó en la titularidad de la secretaría cuando este último dejó el cargo para ser candidato a la presidencia. Sí: suplió a López Portillo, aunque al poco tiempo la familia Beteta repudiara cualquier propuesta económica calificable de populista.
López Portillo lo nombró director general del Banco Mexicano SOMEX, cargo que desempeñó todo el sexenio. En 1982, Miguel de la Madrid lo designó director general de Petróleos Mexicanos, donde permaneció hasta 1987, cuando la presidencia lo impuso como candidato del PRI a la gubernatura del Estado de México, la que ganó sin problema. Pero su gobierno trastabilló tras las elecciones federales de 1988, adversas en el Edomex para Carlos Salinas, quien mandó a Beteta a Comermex y luego al Fondo Nacional de Fomento al Turismo.
El currículum de Beteta muestra con claridad su conocimiento e influencia en el sistema financiero mexicano público y privado y, a final de cuentas, en el judicial. En el directorio de Divisas Lomas aparecían los nombres de Ignacio Beteta Vallejo, Armando Beteta Monsalve y María Eugenia Casas Azcárraga. Los empresarios pretendieron resolver directamente la desavenencia con Carlos Ronay.
–Jóvenes, a mi hijo Sergio ya lo tengo guardado fuera de aquí mientras arreglo todo este problema. Si bien les va recuperarán 20 centavos por cada dólar.
Los Beteta no dudaron.
Con todos los recursos disponibles, hicieron el trabajo del ministerio público y a este sólo tocó entregar la documentación obtenida como su investigación. Las acusaciones incluyeron los delitos de asociación delictuosa, falsedad de declaraciones y fraude genérico, “cometido a través de maquinaciones y simulación de actos jurídicos”.
¿DE QUÉ HABLABAN LOS BETETA?
Desde principios de febrero, los Ronay resolvieron quebrar su empresa e iniciaron los preparativos para declarar la bancarrota de Monex. El 21 de febrero, resolvieron el paro mediante una asamblea extraordinaria y por unanimidad de votos. Seis días después, la sociedad acudió al Juzgado Tercero de lo Concursal del Distrito Federal para solicitar la suspensión de pagos, “constituyendo”, según el expediente penal, “el colofón de una serie de artificios llevados a cabo por los socios de la empresa para obtener un lucro o beneficio económico por la suspensión de pagos en los términos irregulares en que fue solicitada y obtenida”.
Más detalles. Monex se constituyó con un capital inicial de 100 mil pesos. En 10 años aumentó su capital hasta quedar en 4 mil 500 millones de pesos. Tras la auditoría hecha a la empresa, las cantidades simplemente no cuadraban.
“Todos los aumentos (de capital) tienen como común denominador el no estar soportados contablemente en los libros de la sociedad, de manera que no fueron hechos en la realidad y sólo ocurrieron en las actas con la finalidad de engañar a terceros que, de buena fe, mantenían relaciones comerciales con Monex”.
El juzgado concursal había admitido una documentación con papeles parcialmente en blanco, cuando las partes vacías debían estar canceladas; oficios elaborados a lápiz, y carente declaraciones anuales del ISR.
“(Además de) considerar ostensiblemente irregular y fraudulenta la solicitud y declaración de la suspensión de pagos, era menester que se tomara en cuenta que ni la solicitud ni la declaración de la suspensión de pagos se encontraba fundada en situación de hecho que pudieran convalidar la actuación de los solicitantes de la suspensión (…) permitiendo el incumplimiento de sus obligaciones económicas”.
La ironía siempre se las arregla para aparecer: Monex, la empresa que se atrevió a romper la ley para perjudicar los intereses de un ex Gobernador priista del Estado de México es la misma que benefició a un ex Gobernador priista del Estado de México, también ilegalmente, según la oposición política.
***
¿Qué pasó con el supuesto fraude sufrido por los cafetaleros Zardain por 2 millones de dólares, pretexto para cometer todos los demás? Los Zardain sostuvieron en tribunales no deber nada a los Ronay cuyos fraudes alcanzaron un monto de 10 millones de dólares.
Sergio Ronay huyó. Algunos de sus acreedores aceptaron un acuerdo negociado con Carlos Ronay, el mercader de Madero. Pero no todos. Fue detenido y, nueve años exactos después de los fraudes, el Juez 34 Penal del DF decretó auto de formal prisión en su contra por la estafa a Casa de Cambio Tíber.
Vale la pena recordar el caso Tíber. La casa de cambio quedó constituida el 1 de marzo de 1990 ante el notario público Alberto T. Sánchez Colín. El 15 de marzo de 1991, el representante de ese negocio, Rodolfo Beguerisse Demongin, denunció a Monex por la expedición de un cheque impagable por 300 mil dólares.
En ese momento, Sergio Ronay había huido fuera de México. Lo encontraron en Miami el 15 de febrero de 2000. El gobierno estadounidense concedió su extradición a México para su juzgamiento.
Poco después de los fraudes, los Ronay se vieron obligados a vender Monex. La empresa dio la bienvenida a sus principales accionistas. Las decenas de movimientos ante el Registro Público de la Propiedad del DF ocurrieron, en su mayoría, ante la fe del mismo notario público, Alberto T. Sánchez Colín. La ironía nuevamente: El actual director regional sur de Monex es Rodolfo Beguerisse Demongin, el joven cambista indignado con el fraude del que había sido víctima por parte de una compañía a la que daría sus servicios.
A fines de abril de 2011, Monex estrenó una torre corporativa en el Paseo de la Reforma, en el corazón financiero de México. Celebraban 25 años de existencia de Monex –aunque los documentos remonten la existencia de la firma hasta 1980.
Frente a Guillermo Babatz, entonces presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores; Gerardo Rodríguez, ex subsecretario de Hacienda y Crédito Público, y Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, habló Héctor Lagos Dondé, presidente y “fundador” –así fue presentado en la velada– de Monex:
“Nuestra nueva casa es muestra del orgullo, crecimiento y evolución que ha tenido Monex. Como director general de Monex, desde su fundación me siento muy orgulloso de lo que juntos hemos logrado en nuestra empresa y del valioso equipo de colaboradores que hemos conformado”. *